Abracalibros. Nuevas interfaces literarias es un proyecto transliterario que nace en el marco de la Maestría de Comunicación digital interactiva de la Universidad Nacional de Rosario durante los años 2020 y 2021. Nos nombramos a partir de la palabra compuesta —abracadabra y libros— un juego sonoro o un binomio fantástico como dice Rodari (1983) en su libro Gramática de la fantasía porque es a partir de allí que nacen las historias. De esa unión discretamente insólita que desafía a la imaginación buscándole sentido y en donde dos palabras en principio ajenas se encuentran con la ayuda de la casualidad.
Nuestra propuesta pretende recuperar textos literarios que permitan construir desde su historia un relato compuesto en donde sus interfaces contengan transgresiones menores que brinden sorpresas narrativas, con la intención de formular un nuevo contrato de lectura y así construir experiencias transmedia en torno a lo literario.
Desde Abracalibros les invitamos a transliterar los textos para hacer extensiva su lectura privilegiando una exploración intuitiva. Les animamos a que intervengan en este nuevo soporte que desborda el libro tradicional y en donde lenguajes diversos ampliarán la experiencia. Lo transmedia, lo transliterario representado con animaciones, imágenes, fotografías, sonoridades y realidades aumentadas dando lugar a lo lúdico, al devenir y porque no a la incertidumbre en el desconocimiento de lo que vendrá.
Siempre me gustó pintar, tal vez por eso “El pueblo dibujado” es el cuento que atesora mi memoria de aquellos tiempos de infancia. A Laurita, el personaje principal, le encantaba dibujar. Sobre todo cuando se quedaba sola con Humo —su gato gris— mientras sus padres iban a trabajar.
El libro La torre de cubos de Laura Devetach llegó a casa en 1976, firmado y dedicado a mi madre. Pocos años después, se convirtió en una de mis primeras lecturas.
Hoy tiene más de treinta años —yo casi cincuenta—, y el «Pueblo dibujado» de alguna manera vuelve a mis manos.
Laurita con tizas y carbón creó en su historia un pueblo que terminó habitado por monigotes que llegaron de todos lados en busca de un hogar.
Pero les monigotes no podían hablar, Laurita pensó entonces que quizás los fideos de letras podían ayudar a formar las palabras que tanto necesitaban les monigotes para poder hablar. Así fue que la monigota del pueblo preparó una gran olla de sopa de letras para que por fin todes se encontraran con las mágicas y ansiadas palabras.
- ¡Ratones, pepinos, hipopótamos, cocodrilos, paralelepípedos! —cantaban los monigotes corriendo sobre la cama.
- ¡Qué lindas son las palabras! Dedales, cacerolas, caracoles, lapicera, escupideras ¿por qué no voy a decir escupideras?
La torre de cubos con su tapa media despegada y sus hojas amarillas, jugó a las escondidas durante los años oscuros de nuestro país, apareció con fuerza cuando comencé a maternar y hoy nuevamente se resignifica para mí. Cada vez que lo leo descubro una nueva capa de sentido —lo maravilloso de la literatura, sin dudas—. Esta vez pude ver a través de ese pueblo dibujado que el lenguaje es inherente a nuestra naturaleza. Qué somos y existimos a partir de lo que el lenguaje en su decir legitima. No importa si somos monigotes o personas.
Por eso hoy para contarles acerca de mí, elijo esta historia. Soy Carolina, mamá, compañera, hija y amiga. Estudié diseño gráfico y comunicación. Y en mi búsqueda intento ser como esa monigota en el pueblo de Laurita que prepara la sopa de letras para contar nuevas y viejas historias.